La ‘tropa’ del Club Dragón: 36 años haciendo la guerra desde el tablero

Es la asociación de juegos de mesa más antigua de Madrid

Basta adentrarse por el pasillo del Club Dragón para advertir que aquella espaciosa sede, ubicada en la calle de Don Quijote, 5, no es terreno neutral, sino un campo de batalla. El decano de los juegos de mesa en Madrid lleva una década en el barrio y ambienta sus más de 20 mesas con unas paredes de las que cuelgan fotos y carteles dedicados a militares y hazañas bélicas, junto a banderas como la confederada, la imperial japonesa o la cruz de Borgoña.


“Somos un club de juegos de estrategia bélica, simulación y rol, donde se juega a todo lo que se puede imaginar”, explica su presidente, Tomás Cortés, que llegó al club unos meses después de su fundación, en 1983. Para entonces hacía siete años que había comprado en Londres su primer juego, sobre la campaña del Africa Korps.


Sobre un gran tablero, cuatro socios combaten en plena Reconquista, repartiéndose las coronas de Aragón, de Castilla y algunos Reinos de Taifas; más allá, varios se afanan en la campaña de Gettysburg, otros en la ciencia ficción espacial; al fondo unos más echan los dados para perseguir el terrorismo internacional.


La Guerra Civil española, la americana y las dos grandes guerras mundiales ocupan los papeles protagonistas en mesas y estantes. Se puede combatir en cualquiera de las operaciones y campañas concretas de estas contiendas o bien alistarse para el conflicto entero. Las partidas más espectaculares incluyen figuras de plomo, bosques y edificaciones ad hoc, que se disponen sobre unos terrenos previamente preparados –“tenemos desierto, nieve, hierba de Vietnam…”– y con los que se puede simular cualquier conflicto político o militar. En este apartado destaca la batalla de Lepanto, que los jugadores reproducen con recortables, barco a barco, hasta las 300 naves.


Una de las salas se reserva para los juegos más grandes, aquellos que debido a su tamaño no se pueden montar y desmontar con asiduidad. En este momento, esos tableros los ocupan parte de la operación aliada Market Garden, la campaña de 1940 –“con todas las fichas que te puedes imaginar, y cuatro más”– y la invasión del Reich en 1944.


Para el resto de partidas, el Club Dragón ha ideado un sistema de bandejas “pizzeras”, estanterías similares a las de los hornos de pan, para que los tableros puedan guardarse y sacarse fácilmente en caso de que no se termine el juego. “Con este invento podemos tener hasta 27 partidas montadas y archivadas, y ocupando cinco metros cuadrados, por lo que siempre hay espacio para jugar”, comenta.


El club también alquila taquillas para que cada socio guarde sus cajas, y aunque Tomás renuncia a cuantificar el número de juegos que aloja el club, sí nos enseña su propio casillero, donde aparece un variado surtido que va desde la Guerra Fría hasta el Barón Rojo, pasando por la Guerra de los 30 años, la rebelión jacobita o la Guerra Civil inglesa. Entre sus favoritos está el “Here I Stand”, sobre las luchas políticas y de religión durante el reinado de Carlos V, con la aparición estelar de Lutero.

DE CARTAGO A HITLER

La temática, prosigue el presidente, no se acaba nunca: “Cualquier conflicto y toda la simulación que puedas imaginar ya tiene su juego. Los hay de matar zombis; de King Kong contra Godzilla destruyendo América; de Waterloo o de la Guerra del Pacífico con cartas; de las elecciones entre Nixon y Kennedy en 1960; de la batalla de Tenerife, donde Nelson perdió el brazo; otro, excepcional, sobre la historia de España desde la invasión cartaginesa hasta los almohades; o el de organizar complots para asesinar a Hitler, que es imposible, no le matas nunca. Al final te acaba deteniendo la Gestapo y te matan a ti”, lamenta, entre risas.


El Club Dragón cuenta con cerca de 170 socios –acaba de rebajar su cuota mensual a los 12 euros, la misma con la que nació hace 36 años–, que se citan para jugar a través de grupos de whatsapp. La sede no tiene horarios: a los seis meses de darse de alta, cada socio recibe una llave y se responsabiliza de abrir, de cerrar y de quién entra. “Nunca hemos necesitado captar nuevos socios, pero quien quiera puede entrar aún, hasta que lleguemos a los 200”.


Tomás asegura que el espacio “es para personas de todo tipo, pero no para cualquiera, porque requiere alguna inquietud y un cierto nivel cultural, que el tema te interese y conozcas un mínimo de historia. ¿Cómo vas a lanzarte a la Reconquista si no sabes situarte en un mapa histórico o conocer algún rey? Por eso hay pocos niños, sólo dos socios están por debajo de los 30 años”, explica. También es un club mayoritariamente masculino. “Sólo tenemos dos mujeres. Imagino que porque no les gusta, porque el club no está prohibido para nadie”.


Sí hay, no obstante, una prohibición, que tiene que ver con la política más allá del juego: “Durante las partidas puedes pegarte como nazi o como comunista, llevar camisas pardas o lo que sea, pero todo lo que se sale del juego se habla fuera, con unas cañas. Aquí, de política, sólo la que marquen las reglas, y lo mismo si hay que asesinar a alguien. Y si es a Hitler, mejor. Si es que alguna vez se deja”.

David Álvarez



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